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EVOCACIÓN
Por Juan Anonio Moreno / Diario de Alcalá, edición impresa. Miércoles, 9 de febrero de 2011


El comienzo de Interiorismo, obra íntima de Chema G. Araque y de  Hernán Talavera, con ese plano sobre las ramas desnudas de los árboles, me trae a la memoria otros momentos construidos por ese gran investigador y cineasta que fue José Val del Omar, cuyo legado –aunque incompleto– aún permanece.

Es un buen inicio para una pieza que desmenuza la agonía del abandonado Palacio de Gosálvez, ubicado en las cercanías del río Júcar y que fuera declarado en su momento ‘Bien de interés cultural como monumento’.

Interiorismo –Premio al mejor montaje y mención especial del Jurado en la reciente edición del Festival de Cine de Alcalá– se erige como relato paralelo sobre un diagnóstico médico narrado voz en off por Luis Fernando Ríos que acompaña las imágenes de un agónico edificio.

Araque y Talavera fijan su objetivo en las consecuencias del olvido y dejadez humanas, realizando un ejercicio de cierta nostalgia que se convierte en una aventura poética que empuja al tiempo hacia atrás, cuando este ruinoso edificio gozaba de un esplendor absoluto: su hermoso lenguaje visual deambula certeramente entre la luz y la oscuridad.

El excelente montaje de los autores consigue un avance lineal de la obra que acumula una cadencia casi pictórica. La extrema sensibilidad de este corto adquiere instantes evocadores. El edificio/paciente hace agua por sus poros y, sobre sus hexagonales suelos, apreciamos la mortal enfermedad que le acucia. Los elementos exteriores tampoco ayudan y un temporal de nieve y viento acelera el desgaste estructural/emocional de este muerto viviente.

Este habitáculo –lúgubre ahora– del que huyó el hombre, acoge aún restos de vida. El canturreo de los pájaros, cuyo encuadre compone casi un lienzo del maestro Antonio López, convive y comparte ritmo con el sonido de las puertas de la mansión, conformando una sinfonía a la que asisten las figuras esculpidas en los techos que se desploman por la enfermedad: es un bello aunque triste diálogo que otorga algo de esperanza a este espacio interior.

La mirada atenta de Chema G. Araque y de Hernán Talavera atraviesa esos muros desgastados que nos devuelven a un pasado rutilante, tal vez a un instante determinado de la infancia. Cada desconchado de la pared es un trozo de recuerdo que se escapa de nuestra memoria.

Todo es belleza en esta cinta sedimentada en una estupenda e intimista fotografía de los mismos autores y también gracias a la inquietante música de Kenneth Kirschner que puntúa con excelencia cada rincón que se nos muestra.

Al final, de esas desgastadas paredes surgen imágenes  que en cierta manera son como sombras chinescas que rememoran el amor hacia el origen mismo del cinematógrafo y, sobre todo, conectan con la infancia perdida, convirtiendo a Interiorismo en un excelente y poético documento fílmico.







ENTREVISTA PARA LA PUBLICACIÓN CON LOS CORTOMETRAJES GANADORES DEL 40 FESTIVAL ALCINE

¿De dónde surge la idea de hacer este trabajo?

Interiorismo surge principalmente de la atracción por un lugar, y la intención de que no fuese un decorado, sino el protagonista de la obra.

Hay una fusión entre las funciones vitales del humano y de los edificios ¿con qué intención?

Queremos mostrar una visión zen, desde la cual el hombre se integra totalmente con lo que le rodea. Por eso mostramos la parte más orgánica del edificio, y vemos cómo la naturaleza recupera su espacio primitivo: la luz, el agua, las plantas, los pájaros, los insectos… rompen esa barrera entre lo natural y lo artificial, invadiendo un espacio que fue construido para el hombre.

La muerte, el cadáver, los fantasmas... son todo temas sugeridos a través de las imágenes ¿cómo las seleccionasteis para llegar a crear este efecto?

Hay una parte muy documental en todo el proceso, paseamos muchas veces por el palacio totalmente abiertos a lo que el propio lugar nos sugiriese. Así, las imágenes son encontradas, no buscadas; luego hicimos una selección que pudiera establecer un diálogo con el texto. De hecho, tomamos las imágenes en las mismas condiciones de luz en que las habíamos encontrado, llevándonos este proceso cerca de tres años. Estamos orgullosos de haber trabajado con total respeto hacia el lugar, esperando pacientemente a que lloviese, nevara, o cayera la luz de determinada manera, y creemos que esto es algo que se nota en el resultado.

También la soledad, el vacío... ¿qué buscabais retratar?

No perseguimos una soledad o un vacío incómodos, sino apacibles y de gran espiritualidad. Es nuestro modo de protesta contra la sociedad actual, que busca el placer en lo nuevo, lo vertiginoso, lo fútil. La soledad y el vacío, en cambio, inducen a la reflexión.

¿Hay cierta melancolía de un mundo que desaparece? ¿cuál? ¿por qué?

Es verdad que hay melancolía en Interiorismo, pero intentamos huir de la nostalgia fácil por el pasado. Lo que nosotros buscamos con esta atmósfera de decadencia es un poco el concepto estético del Wabi-Sabi, según Leonard Koren, la belleza imperfecta, impermanente e incompleta.

¿Por qué en blanco y negro?

Junto al minimalismo de la música o la estaticidad de la cámara, la elección del blanco y negro se corresponde con un deseo de austeridad. También el blanco y negro tiene connotaciones de cine clásico, y queríamos realizar una obra atemporal, que pudiese haber sido filmada en cualquier época.

¿Dónde se rodó?

El edificio que retratamos es el palacio de Gosálvez, situado en la ribera del Júcar entre Cuenca y Albacete. Esta es la zona donde vivimos, y hemos visitado el palacio desde que éramos niños, ahí comenzaron nuestros sueños acerca de lo que contaba el edificio.

¿Tiene algo de autobiográfico para vosotros?

Para el poeta romántico Novalis “La naturaleza es un retrato que el artista hace de sí mismo”, e Interiorismo tiene rasgos de nosotros mismos, pero más de nuestra experiencia como observadores que de episodios vitales que hayamos transitado, como por ejemplo el tema de la muerte, donde hay una mirada distinta a la que hubiéramos tenido ante la pérdida de un ser cercano. Hemos tenido que consultar mucho para poder meternos en la piel de un médico que examina a un paciente terminal.

¿Cómo os planteáis el trabajo del montaje?

En el momento de abordar el montaje, trabajamos por bloques. Hay dos bloques principales donde se pasa de lo físico a lo espiritual, del plano detalle al plano general, del interior al exterior del palacio. Lo mismo sucede con la voz en off, que comienza siendo muy distante y profesional para pasar a reflexiones más psicológicas y emocionales. En cada bloque hay subbloques en los que cada plano tiene un significado, hay una correspondencia con la voz en off, y a la vez con los planos contiguos. Incluso hay correspondencias entre planos totalmente alejados, como el de los pájaros que se cuelan en la casa y el de las niñas con la jaula, sugiriendo que se trata de los mismos pájaros liberados por el paso del tiempo. Interiorismo está lleno de estas interrelaciones.

¿Y la fusión entre imágenes del espacio vacío y vídeos antiguos al final del mismo?

Para nosotros fue la parte más mágica del rodaje, porque optamos por proyectar las imágenes realmente sobre el edificio en lugar de hacerlo digitalmente en postproducción, y pudimos observar impresionados como semejaban fantasmas que surgían de las paredes. Hoy, pensando en aquel momento, en el interior del palacio al anochecer, con todas esas imágenes de personas que ya están muertas mirándonos, nos parece que fue todo un sueño.

¿Qué significado tiene para vosotros esta fusión?

Es el punto álgido de la espiritualidad en Interiorismo, que se corresponde con el momento en que una persona a punto de morir ve su vida pasar delante de sus ojos. Las imágenes domésticas proyectadas son los ecos de esa vida transcurrida entre las paredes del palacio, desde la infancia hasta el lecho de muerte junto al médico.

¿Cómo seleccionasteis las imágenes?

Fue un proceso muy largo. Son películas familiares de principios de siglo donadas o depositadas a la filmoteca de Valencia por los descendientes de quienes las tomaron, así que además de decidir qué imágenes necesitábamos, tuvimos que escribir varias veces a estos familiares solicitando permiso para utilizarlas. La selección que hicimos fue fruto de decisiones muy difíciles acerca de qué era realmente imprescindible para la obra, porque había celuloide muy interesante al que tuvimos que renunciar.